Una leyenda documentada


Uno de los motivos que sin duda, y entre otros, ha contribuido a la realización de viajes expedicionarios, es aquél originado por el mito y la leyenda.

No faltan en la bibliografía sobre Canarias importantes referencias a este tipo de viajes expedicionarios, ya sean de conquista, comerciales, religiosos o científicos, y que de alguna forma, tuvieron su origen en esa mezcla de vagas noticias que a través de los años han ido entretejiendo entorno a las islas un corpus legendario.

Algunos documentos que suponemos o sabemos perdidos o fragmentados, a veces casualmente hallados, o buscados y recuperados, son también, en ocasiones, los que impulsan el viaje a la búsqueda de su origen, siguiendo una atrevida e intuida certeza que se transforma en propósito firme, el de atrapar una leyenda y convertirla con método científico, en un verdadero descubrimiento.

Las islas desde siempre aparecen rodeadas con una aura de territorios atractivos, casi siempre lejanos, poblados con animales, plantas y monstruos desconocidos, por lo que suelen estar abonados por la imaginación resultando fértiles para la creación, donde además, la frontera ancha del tiempo, que ciertamente difumina la memoria, lleva a confundir en ocasiones el objetivo del propio viaje.

Mediante la lectura de su diario, el caso de Edward Harvey parece encuadrarse dentro de los viajes expedicionarios de descubrimiento con claros objetivos científicos. La fotografía, en la época que se realizaron los viajes por parte de Edward Harvey a los archipiélagos de Madeira y Canarias, ya contaba con una larga trayectoria como instrumento de descripción, difusión y documentación, como demuestran las tempranas iniciativas llevadas a cabo, entre otras, por las excursiones daguerrianas publicadas en 1842, la misión arqueológica en Egipto iniciada por Du Camp en 1849, o la conocida expedición científica a Tenerife realizada por C. Piazzi Smyth en 1856 y publicada en Londres bajo el título de Tenerife an astronomer`s experiment en 1858. En la década de 1860-1870, con el avance de las técnicas fotográficas cada vez más accesibles, proliferan numerosos estudios de fotógrafos comerciales, así como frecuentes viajes hacia distintos lugares del mundo donde el registro fotográfico se presenta como garante de veracidad.

El viaje de Harvey no deja de sorprender por su falta de pertrechos en general y especialmente, por la carencia de conocimientos y útiles relacionados con la fotografía, arma que como se menciona anteriormente, ya era de uso bastante común en la época. La cámara fotográfica que compra con apresuramiento en Londres, la viene a completar con otros accesorios y productos necesarios para la realización de las fotografías estando ya en Tenerife. Aunque desconocemos cual de los dos hermanos Belza, Rafael o Bartolomé, establecidos ambos en Santa Cruz, fue el que inició en las técnicas fotográficas tanto a Harvey como a su contratado Simon, sí se puede afirmar, a la vista de los resultados, que las instrucciones fueron muy bien recibidas y empleadas, sobre todo si tenemos en cuenta el grado de dificultad que representaba tanto el transporte como la fragilidad de los numerosos materiales, así como lo engorroso de su manipulación, para lograr con éxito captar, a pesar de las vicisitudes sufridas, las imágenes de la isla de San Borondón.

Cuando los autores e impulsores del proyecto de investigación me mostraron algunas de las fotografías ya restauradas, les solicité su colaboración para convenir con la familia de E. Harvey la posibilidad de depositar en Tenerife para su conservación, estudio y difusión futura, todo el material fotográfico fruto de aquella aventura expedicionaria.

Quizá ello nos anime a mantener la esperanza, levantar la vista y buscar en el horizonte aquel territorio esquivo sólo ahora documentado.

 

Antonio Vela.
Director del Centro de Fotografía Isla de Tenerife.




<< Volver