Biografía de Edward Harvey



Nace el 29 de mayo de 1840 en Edimburgo, Escocia, en el seno de una familia acomodada. Su padre, Ian Harvey, fue un próspero comerciante de la ciudad escocesa y su madre, Josephine Truman, era hija de un influyente político. Esta vida cómoda le permitió realizar estudios de botánica y mineralogía, complementándolos con conocimientos de física.

En 1858 se traslada a Londres para reforzar sus estudios. Gracias a su amigo John List logra entrar en la Royal Society. En 1859 es elegido por la misma para formar parte de una expedición que realizarán durante seis meses a las colonias africanas, bordeando la costa del continente desde Mogador al cabo de Buena Esperanza. Es una espléndida oportunidad para formarse y llevar a la práctica los conocimientos adquiridos durante estos años. Edward posee una gran facilidad para el dibujo, lo que supone un fuerte complemento para sus descripciones.

A su vuelta a Inglaterra prepara durante meses sus trabajos, presentando en 1861 su tratado Flora desconocida de la costa Africana. A partir de aquí, se convierte en un respetado naturalista dentro del mundo científico. En 1862, la Royal Society le subvenciona un viaje de investigación a las islas africanas de Madeira y Canarias. Junto a otro prestigioso naturalista, Theodore Booth, desembarca en el puerto de Funchal en mayo de 1862, permaneciendo en la isla durante tres meses y catalogando tres nuevas especies de flora.
Durante este periodo se alojan en Funchal pasando la mayor parte del tiempo en el Jardín Botánico, del que Edward escribe:

El Jardín Botánico de Madeira posee una de las colecciones de plantas exóticas más importantes de Europa. El clima estable durante todo el año ha favorecido sin duda el desarrollo de diferentes tipos de especies”.

En septiembre de 1862 llegan al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Su primera intención fue visitar las islas de Tenerife y La Palma. En Tenerife suponemos que se alojaron en uno de los hoteles ingleses de la capital. Visitó Las Cañadas y El Teide, bosques de pinos, y los montes de laurisilva de Anaga. Lamentablemente, de su estancia en Tenerife no hay muchas anotaciones.

Sobre Tenerife escribió:

Es una isla de gran diversidad de paisajes y climas, su costa soleada contrasta con las nieves de las cimas”.

Su primera referencia sobre la isla de San Borondón es la siguiente:

Dicen las gentes de este lugar que más allá de las islas, hacia poniente, se encuentran otras islas que no pertenecen a las colonias…sería de gran interés para la Royal Society poder acceder a estas tierras y estudiar su naturaleza”.

En enero de 1863 Edward Harvey y Theodore Booth regresan a Inglaterra. Desde ese momento en la mente de Edward sólo cabe ya una idea, descubrir las islas de poniente. En su estancia en Tenerife tuvo noticias de la leyenda de la isla de San Borondón y encontrarla se convirtió en el único objetivo del joven Edward.

Las leyendas siempre se basan en algo real, esa isla debe existir. Tantas expediciones han ido en su busca y tantos testimonios hay de su avistamiento. He de ser el primero en encontrar San Borondón”.

Tal fue la entrega de Edward a este nuevo proyecto que abandonó sus obligaciones con la Royal Society, perdiendo el importante apoyo que tenía de ellos. Comenzó una vertiginosa carrera de estudios e investigaciones sobre las islas del Atlántico. Estudió los mapas en los que figuraba la isla, portulanos de gran valor que avalaban la existencia de unos nuevos territorios aún por descubrir.
Es esta etapa de su vida Edward sólo vive para organizar una expedición, que partiendo de Canarias le lleve a la isla de San Borondón.

En septiembre de 1864 Edward Harvey llega procedente de Londres al puerto de Santa Cruz de Tenerife a bordo del vapor inglés Imperial. Consigue los fondos suficientes para organizar su expedición y se propone fletar un barco y una tripulación que le lleven a su destino. La tarea no es fácil, ya que se encuentra en Tenerife con muchas dificultades.
Se aloja en Santa Cruz de Tenerife y contacta con las autoridades militares y civiles de la ciudad. Sus objetivos se encaminan cuando conoce a Hamilton, mandatario de la compañía de vapores inglesa African Steam Ship Company, el cual le acoge con los brazos abiertos y se interesa mucho por su proyecto, facilitándole todas las gestiones necesarias y poniéndole en contacto con un armador para fletar el barco.

Tras varios meses en la isla, en los que continúa su labor de investigación y una primera salida fallida de la expedición en diciembre de 1864, logra partir en enero de 1865 rumbo a La Palma, donde tiene acceso a unos interesantes escritos y parte hacia el océano en busca de San Borondón. Tras luchar varios días con una terrible tempestad que daña parte del barco, el 14 de enero de 1865 avistan tierra, llegando a un lugar desconocido en medio del océano. Entre los días 14 y 21 de enero de 1865 permanecen en este nuevo territorio. El relato de lo que en esas tierras halló se encuentra encerrado entre estas páginas.

Tras su estancia en el territorio desconocido regresa a Inglaterra. En su estudio de Londres, Edward se encierra durante meses preparando su “gran descubrimiento”. Día y noche sólo vive para su trabajo. No quiere tener contacto con nadie.

De su anterior viaje por el continente africano no sólo se trajo nuevos conocimientos y experiencias, latía en su interior una extraña enfermedad que debilitaba su cuerpo. Edward es presa de delirios febriles y alucinaciones. Su salud fue empeorando paulatinamente. Nunca llega a recuperarse, y el abandono de su proyecto le hace perder el rumbo. Un Edward desorientado y confuso carece de todo crédito ante sus colegas científicos, quienes le tachan de “loco” y de “demente”. Ha perdido todo el prestigio y pasa la última época de su vida dedicado a su familia.

Fallece el 8 de febrero de 1903 en su casa de Londres, rodeado por sus familiares. A su entierro acudió su familia y unos pocos allegados. Ningún representante del mundo científico.

Edward Harvey fue uno de los naturalistas más inquietos del siglo XIX, pero debido a sus particulares circunstancias y los acontecimientos que rodearon su existencia, nunca fue reconocido por la sociedad científica. Publicó su tratado Flora desconocida de la costa africana en 1861. Sus trabajos sobre Madeira y Canarias nunca vieron la luz y sus escritos sobre los territorios desconocidos han permanecido en el anonimato hasta hoy.

 

                          Tarek Ode.                David Olivera.        




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